Una coraza protectora que permite ver la miseria, pero no olerla. Porque lo insoportable de los menesterosos no es su aspecto, sino su pestilencia. El aspecto lo conocemos por los cuadros que admiramos en los museos, por las películas que vemos en el cine; también podemos imaginarlo por la descripción de los Evangelios, que no omiten ni úlcera purulenta ni andrajo mugriento. Pero el olor... Hay que estar verdaderamente empapado en caridad cristiana para no llamarlo por su nombre legítimo: hedor.
El hombre arrodillado, Agustín Gómez Arcos
Si hay algo repugnante, deleznable, nauseabundo… hasta el extremo de concitar acuerdo entre casi todo el mundo, es la insoportabilidad del hedor. La peste, normalmente percibida gracias al olfato, es una de las sensaciones más desagradables que se pueden experimentar; la fetidez no es solo una sensación nasal, sino que se apodera de nosotros como un gigantesco puño que nos aprisionase causando un malestar generalizado, sojuzgándonos entre sus miasmas, sofocando, ahogando, pudriendo. El propio término es horrendo en sí mismo, por lo que no es de extrañar que su mera enunciación ocasione un dejo a enfermedad y podredumbre difícil de evitar.
Quizá no haya mayor desgracia, mayor condena, mayor pecado, que ser asociado con ese hedor. El acto de atufar es ya un marchamo de disgusto, una marca que señala al portador como apestado, una señal bien clara para que los demás se alejen. La fetidez es, pues, un distintivo de extrañamiento, de ostracismo, que solo algunos ostentan para escarnio del resto.
Gómez Arcos refleja en su novela esta condena con una violencia insoportable, terrorífica: la pestilencia del pobre se erige en una seña de identidad indeleble, que lo etiqueta como un no-miembro de la sociedad, un ente poco más importante que un animal, un objeto a evitar en mitad del ajetreo ciudadano. A pesar de emitir un tufo desagradable, su presencia es omitida, olvidada, borrada, como si de una damnatio memoriae se tratase: no existe el ser humano, solo una leve ausencia que, a veces, nos asalta en mitad de una acera o a la puerta de alguna iglesia. La fetidez es solo un atributo de la pobreza. Y no el peor.
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