Solo fuera del Paraíso hay destino
La paradoja del conocimiento que conduce a la infelicidad
Paz y seguridad bastante relativas, cierto es, pues el relato de la caída nos permite vislumbrar que en el centro mismo del Edén el promotor de nuestra raza debía de sentir un malestar sin el cual no se podría explicar la facilidad con la que cedió a la tentación. ¿Cedió? Más bien la requirió. En él se manifestaba ya esa ineptitud para la felicidad, esa incapacidad para soportarla, que todos nosotros hemos heredado. La tenía al alcance de la mano, podía apropiársela para siempre y la rechazó, y desde entonces la buscamos sin encontrarla; aunque la encontráramos, no nos adaptaríamos a ella. ¿Qué otra cosa cabe esperar de una carrera comenzada con una infracción de la sabiduría, una infidelidad al don de la ignorancia que el Creador nos había dispensado? Al tiempo que nos vimos precipitados en el tiempo por el saber, resultamos dotados de un destino. Pues solo fuera del Paraíso hay destino.
La caída en el tiempo, Emil Cioran
Este extracto de Cioran comienza con dos palabras clave: «paz» y «seguridad». Supongo que tú, como casi cualquiera, valora enormemente disfrutar de ambas, ya que una vida provechosa pasa por tener cierta tranquilidad (tanto externa como interna) y alguna certeza sobre lo que nos rodea (o, si lo quieres tomar en un sentido literal, protección frente a un mundo que puede llegar a ser hostil). También Adán, al que hace referencia el pasaje del filósofo rumano, parecía disponer de esos dones en su jardín del Edén, pero —siempre siguiendo al autor— hubo «algo» que le perturbó, que le impidió seguir deleitándose en las maravillas del paraíso para sumirlo en una incertidumbre que, eras más tarde, toda su raza sigue masticando con acrimonia.
Cabe percibir en ello, aun cuando forme parte de una mitología religiosa, una enorme paradoja que resuena mucho más allá de su invención. ¿Cómo puede la curiosidad obstruir nuestro camino hacia la felicidad?: más que ilógico, ese enunciado parece contradictorio, inverosímil, imposible. De hecho, en esta newsletter —como bien sabes— he mantenido siempre la tesis de que el afán por saber es, justamente, lo que nos sitúa en el sendero de la satisfacción. Conocer, aprender, pensar, son acciones que nos impelen a progresar como seres humanos y desafiar nuestros límites; algo que, sin duda, nos acerca, siquiera un ápice, a un cierto estado de bienestar. De manera que parece absurdo, como afirma Cioran interpretando el mito, conectar de forma causal la curiosidad inherente a nuestra especie con una —supuesta— incapacidad de ser felices.
¿O no es tan absurdo?
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