En general la palabra impresa jamás ha tenido ni tiene influencia sobre Stjepan Ković; es de esas personas que no pueden percibir ni sentir lo que leen y que únicamente saben y admiten lo que es palpable y está ligado con sus aspiraciones personales y sus intereses inmediatos en la vida.
Café Titanic (y otras historias), Ivo Andrić
Sentir lo que uno lee puede parece algo un tanto irreal, absurdo: la lectura puede ser entendida como un intercambio, un aprendizaje, un estudio de tipos, personas y hechos… pero ¿sentirla? ¿Se puede sentir lo que no existe?
Esta, como imaginas, es una pregunta trampa. Como lector irredento y amante de la literatura, puedo afirmar con total rotundidad (y, aun así, coqueteando con la equivocación) que la ficción nos provoca emociones: tantas, o de tanta intensidad al menos, como una interacción humana convencional. En ocasiones más, si me apuras… El arte, en todas sus formas y manifestaciones, ha buscado en primer lugar suscitar algún tipo de sentimiento en el espectador, porque si hay algo que un creador genera es una reacción frente a su obra: ya sea ilusión, asombro, deleite, rechazo, anuencia, repulsión, agrado, placer o embeleso. Es difícil —diría que imposible— permanecer incólume ante una manifestación artística, porque de alguna manera afecta tanto a nuestro intelecto como a nuestras entrañas.
Hubo un tiempo en el que ese arte, esa impresión, ese zarandeo vital no eran perseguidos: la obra surgía de su propia esencia utilitaria, como una ninfa surgiendo de las aguas del ajetreo diario. Un templo solo era un edificio destinado a impetrar a los dioses; una vasija un simple contenedor de aceite; un ídolo una solemne ofrenda para solicitar auxilio… Y, sin embargo, toda manifestación ha terminado por señalarnos su faceta de belleza, sus aristas —más o menos imperfectas— de hermosura, sus destellos de magnificencia. En ese utilitarismo tan caro al siglo XVIII terminamos por hallar, incluso inadvertidamente, un asombro insoslayable que trasciende al objeto y que remueve nuestras entrañas con el poder eterno de la evocación.
El arte, pues, no es solo una forma de convertir lo útil en bello, de revestir de esplendor aquello que necesitamos para sobrevivir; se trata también de crear un nuevo lenguaje, una nueva manera de mirar que nos permita ir más allá de lo evidente. Tengamos alma o no, exista un «yo» trascendente o seamos meras sinapsis eléctricas, lo cierto es que encontramos en la creación artística un camino para superar la realidad y adentrarnos en un universo de interpretaciones. Ese Ković del que habla el escritor Ivo Andrić en su relato es un hombre literal, aferrado a lo que él cree sólido y seguro; una persona que valora la seguridad de lo (que cree) conocido y que no concibe un doblez en el tapiz del mundo. Pero no se trata solo de agarrase a lo familiar (algo de lo más comprensible en un entorno que siempre nos muestra su faceta incognoscible), sino más de bien de negarse la opción de sentir aquello que no se puede percibir en el transcurrir de nuestra existencia cotidiana.
Sin necesidad de ponernos metafísicos, por decirlo así, el arte nos abre la posibilidad de asignar nuevas capas de información a aquello que, de otra forma, solo sería un cúmulo de datos. ¿Qué es una catedral sino un amasijo de piedras, cristal, argamasa y metales? ¿Qué es un retrato sino una mezcla de pinceladas, tintas, bocetos y retoques? Los primeros ojos que observaron un cuadro impresionista solo vieron… puntos, brochazos; pero, sorprendentemente, al cabo de pocos instantes comprendieron que ahí se escondía algo más: la vida entera, la luz del sol, la fragancia de las flores, la calidez del verano, el refulgir de la luna, el colorido de los campos… El universo entero puede encontrarse en la caricia del mármol de una estatua o en el destello del púrpura de un cuadro.
La literalidad no es una forma de estar en el mundo, sino también un grillete que nos somete a perpetuidad a percibir esa luz universal solo a través del ventanuco de nuestra celda. Hablaba
de la interpretación del mito platónico de la caverna hace unas semanas como de una posible nostalgia por la belleza ideal que intuimos fuera de la cueva y que solo podemos sospechar gracias a las sombras del fuego que nos alumbra. Así, quizá, seamos en verdad: prisioneros que olvidaron la majestuosidad de un mundo que se esconde tras las capas del barniz de nuestro propio ingenio.
No es lo que escribes…es como lo escribes. 🙌🏼🫶🏻