La posibilidad del azar
¿Suceden las cosas solo por una ventura indescifrable? Quizá hay una disposición invisible en aquello que consideramos aleatorio…
Había empezado por pura casualidad. Y qué casualidad, al principio, pensó Milly, que ahora echaba la vista atrás con la perspectiva clara y horrorizada de quien ha sido desenmascarada. Qué cosas tan nimias habían hecho que todo comenzara. Cinco minutos antes, cinco minutos después, y nunca habría conocido a Arthur. Un tren perdido, un taxi más lento, incluso una simple pausa para mirar a las palomas en el patio o, en realidad, hasta una leve y decorosa reserva, y se habría salvado. Pero cogió el tren a tiempo, el taxi fue rápido, las palomas no le interesaron y entró; y allí, en el Museo Británico, en la galería donde están los bustos de los emperadores romanos, conoció a Arthur Oswestry y pecaron.
Expiación, Elizabeth von Arnim
Un tropiezo, un olvido o un retraso pueden desencadenar todo tipo de sucesos. Esa ínclita mariposa que aletea sin saberse culpable de provocar tifones es un ejemplo pintoresco, pero la vida cotidiana está lleno de esos instantes en los que, inadvertidos, casi ignorantes, padecemos las consecuencias de un hecho azaroso; que estas sean benignas o penosas, solo el Hado lo sabe.
El Arte (así, rotundo, con mayúscula) se sustenta, en muchos casos, en esas felices circunstancias, que diría el buen Borges; especialmente en el caso de la Literatura. Cuántas novelas no habrá cuyas tramas se inician por una circunstancia fortuita, o que terminan gracias a una intervención casual, trayendo consigo el disfrute para nosotros, lectores. El azar es un recurso manido, por supuesto, pero no por ello menos eficaz para explicar el porqué de hechos que están fuera de nuestro entendimiento; y el no comprender algo no significa, ni mucho menos, que no exista una explicación plausible para ello.
Dice Stefan Zweig en El mundo de ayer: «no considero nuestra memoria un mero elemento que retiene una cosa y pierde otra por casualidad, sino como una fuerza que ordena a sabiendas y elimina con criterio». La mente es una fuerza desmedida, un dios omnipotente que se agita en nuestro interior: quizá esos momentos de intuición, que muchas veces denominamos «azarosos», no son más que sus braceos pugnando por mostrarnos el orden, el sistema que se esconde tras lo que no somos capaces de ver sino como casualidad. La Milly de Expiación se encuentra con su amante de forma totalmente inopinada, gracias a la —ya en extinción— proverbial puntualidad británica, pero el acto de convertirse en enamorados pudiera no ser tan casual como la novela insinúa; agazapada al fondo de esa conjunción de minúsculas ocurrencias está la oportunidad, la intuición de la potencialidad de la situación. Así lo explica Chantal Maillard: «Los juegos "de azar" no son sino la manera en que se nos permite acercarnos al Azar, es decir, a la Posibilidad, sin demasiado riesgo».
Según lo veo yo, la casualidad no es un elemento completamente arbitrario a posteriori. Puede que su germen sea inaprehensible, fruto de conjunciones bien alejadas de cualquier tipo de control, pero sus consecuencias pueden derivar, en algunos casos, en una aproximación a aquello que deseamos, buscamos, amamos, soñamos o perseguimos. El azar es una faceta de lo plausible, de lo imaginable, y por eso despierta fascinación en los artistas e inquietud en los mortales; es un atisbo de la formidable capacidad del universo contenido en nuestra mente, que —tal vez, solo tal vez— es capaz de aferrar el resultado de una tirada de dados cósmica para transformarlo en algo nuevo, importante, seductor. Al igual que Zweig imagina la memoria no como un contenedor caótico sujeto a la improvisación, sino como una fuerza autónoma que utiliza la aparente casualidad como energía para crear y ordenar, así pienso que a menudo aprovechamos los aspectos azarosos de una situación para generar consecuencias fantaseadas.
El azar en el arte tiene un propósito especulativo: el hecho de que algo suceda (o no lo haga) implica que habrá una serie de consecuencias que al artista le interesa explorar; gracias a su labor, nosotros, fructuarios de su creación, asistimos a la multiplicación de las realidades que un solo acto ha generado, lo cual nos permite, como se suele decir, vivir vidas que, de otra forma, no podríamos vivir. Pero en la vida real no existen los universos alternativos (¿todavía…?), así que quizá el azar, tan aparentemente escurridizo y salvaje, pueda ser una forma de que la mente se ponga a trabajar para aprovechar las minúsculas partículas de posibilidad que han salido disparadas fruto del golpe inicial del caos sobre el orden. Tal vez (de nuevo: solo tal vez) lo inopinado, lo casual, no es sino la manera que el universo tiene de ofrecernos la ocasión de aprender para enderezar el curso de las cosas; si somos sabios, intuitivos y curiosos, quizá podemos emplear a nuestro favor esas chispas de imposibilidad para convertirlas en algo provechoso. Milly así lo hace «cazando» a Arthur, aunque no esté segura de ello hasta mucho más tarde. También Zweig considera que ese aprovechamiento tiene un criterio, por lo que en el fondo de nuestra memoria podemos aprovechar la serendipia cósmica para sistematizar nuestros conocimientos. Maillard conecta el azar con la oportunidad de experimentar sin asumir riesgos.
Todo ello, como ves, tiene un punto en común: el aprendizaje. Las casualidades nos permiten acercarnos a algo que apenas entreveíamos, cuya existencia acaso ni sospechábamos, pero cuya aprehensión puede acarrear un beneficio: datos, enseñanzas… e incluso amantes. Quizá por ello es tan importante tener la mente abierta ante esas chispas que surgen no sabemos ni cómo ni cuándo, tener los ojos bien abiertos ante las maravillas de la existencia y avivar nuestra curiosidad a cada minuto; nunca se sabe en qué momento tendremos la oportunidad de que un revoloteo de lepidóptero nos cambie la vida.
Con este texto me ha venido a la mente el libro “El misterio de las coincidencias” de Eduardo R. Zancolli, me lo recomendó mi mentor en filosofía y me encantó.
Es interesante la relación del orden con el ser humano. Queremos poner orden en todas las cosas, de forma que, incluso cuando es azaroso lo que ha ocurrido, queremos ver una mano de algo que ha podido ser lo que ha venido a causar eso. De paso, queda la esperanza de que algún día podamos llegar a desentrañar las reglas de ese azar... Y controlarlo... O no. 😁
Genial como siempre.