Obrar cuando es bello
Aunque las circunstancias se aúnan para dificultar la virtud, la elección sobre el comportamiento sigue siendo nuestra
…tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder. En efecto, siempre que está en nuestro poder el hacer, lo está también el no hacer, y siempre que está en nuestro poder el no, lo está el sí, de modo que si está en nuestro poder el obrar cuando es bello, lo estará también cuando es vergonzoso, y si está en nuestro poder el no obrar cuando es bello, lo estará, asimismo, para obrar cuando es vergonzoso. Y si está en nuestro poder hacer lo bello y lo vergonzoso e, igualmente, el no hacerlo, y en esto radicaba el ser buenos o malos, estará en nuestro poder el ser virtuosos o viciosos.
Ética Nicomáquea, Aristóteles
Hablar de la virtud y el vicio hoy día puede resultar un tanto atípico: se diría que ambos términos se refieren a conceptos antiguos, desfasados, superados; echar mano de Aristóteles es, además, un signo claro de que esas ideas son tan antiguas que, tras varios siglos de declamaciones filosóficas, nada de lo que se haya teorizado al respecto es válido en nuestros tiempos. Y, sin embargo, ambos conceptos son sumamente importantes para entender no solo las diferencias entre el bien y el mal, lo bello y lo desagradable, lo encomiable y lo vergonzoso, sino para establecer un modelo de conducta que rija nuestras relaciones tanto con el mundo como con las personas. Sé que es algo complejo y, quizá, utópico, pero me gustaría pensar que esta newsletter no es solo un muestrario de pensamientos azarosos, sino un tamiz de posibilidades extraídas de esa sociedad ideal hacia la que seguro que muchos deseamos viajar.
El filósofo griego ponía al hombre en el centro de su concepción de la virtud ética. «Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder», afirma con resolución: para Aristóteles, es el ser humano el que impone su voluntad sobre aquello que es bueno o malo, el que decide si debe actuar de una forma u otra para perseguir la virtud o evitar el vicio. Por supuesto, este esfuerzo no es baladí, ya que implica un sometimiento a nuestras propias reglas que exige una revisión constante de principios, deseos, ideas, prejuicios y percepciones; por ese motivo, de hecho, podemos ejercer cambios sobre nuestra conducta, ya que sin la incesante vigilancia —sobre nosotros mismos— sería casi imposible descubrir el sendero «correcto». La dificultad es endiablada, no obstante, ya que, según el propio Aristóteles, a la virtud solo se llega por un único camino, mientras que a las desviaciones de esta (los vicios) se puede arribar de más modos: «tres son las disposiciones, y de ellas, dos vicios —uno por exceso y otro por defecto— y una virtud, la del término medio; y todas, se oponen entre sí de cierta manera; pues las extremas son contrarias a la intermedia y entre sí, y la intermedia es contraria a las extremas». Si la conducta virtuosa exige un solo modo de comportarse, es indudable que será difícil no solo alcanzarla, sino siquiera reconocerla. Siglos después, Immanuel Kant daría una vuelta de tuerca a esta idea elaborando el concepto de imperativo categórico, un mandato comportamental cuya consecución parece reservada únicamente a entes de ficción, ya que la rigidez del sistema del filósofo alemán lo convierte en una aspiración deseable, pero compleja a la hora de ponerla en práctica si se lleva hasta sus últimas consecuencias.
Sin embargo, y dejando de lado problemas de aplicación ontológica, lo cierto es que tanto Aristóteles como Kant (y tantísimos otros pensadores, por supuesto) pusieron al hombre en el centro de su pensamiento al asignarle la responsabilidad de escoger su comportamiento para adecuarlo a unos ideales que, en mayor o menor grado, hacen de él el mejor de los seres posibles. Con el advenimiento de las tecnologías ocurrió que, pese a ser algo intrínsecamente inocuo (al igual que cualquier otra herramienta, el uso que les damos no depende de sus características, sino de la potencialidad que queramos adjudicarles), esa posición central que se pretendía otorgar al ser humano desapareció, o al menos se diluyó en una abstracta y etérea concepción.
Tú, al igual que yo, estarás al tanto de esas inmensas posibilidades que se le atribuyen a la inteligencia artificial; en este sentido, esas características solo pueden hacerse reales en la medida en que nosotros, de manera individual, las ponemos en práctica según las ideas de Aristóteles, Kant y muchos otros. Hasta ahora, internet ha sido un «lugar», un topos, un espacio en el que todos hemos puesto a prueba esa forma de entender la virtud, pero sin ningún tipo de referentes; la red ha sido un espacio de libertad, incluso de liberalidad, pero también de amoralidad y despersonalización. Nuestra inherente capacidad para elegir la senda de la virtud se desvaneció en ese universo tecnológico y nos vimos abocados a una miríada de elecciones falsas; en realidad, y dado que no existe un terreno de juego neutral e independiente, todas las opciones que se nos conceden vienen tamizadas por una instancia ajena a nosotros —y a nuestros valores—: podemos llamarlo algoritmo, sesgo, prejuicio, o incluso ponerle nombre propio (elige a tu gusto). Abdicamos de la posibilidad de «hacer lo bello» para dejarnos conducir por un camino que ignora convenientemente cualquier atisbo de virtud, belleza o bien.
En estos tiempos casi solipsistas, es común acusar al individuo de no conseguir aquello que desea; de igual manera, se nos ha impuesto la carga de elegir lo correcto en un escenario que hurta o escamotea un sinfín de opciones merced al férreo control que algunas instancias ejercen sobre ese espacio supuestamente libre que es internet. Aristóteles ponía una condición para obrar de manera correcta: «siempre que esté en nuestro poder el hacer». ¿Qué ocurre, pues, cuando no tenemos el poder, cuando esa autoridad se concentra en otra parte? Es posible que la desaparición de esa forma virtuosa del hombre, difícil de por sí, sea una realidad hoy día; pero, si existe el vicio —como así es, en efecto—, también debe existir, por fuerza, la virtud. Aristóteles nos cargó con la responsabilidad de elegir uno u otra, de optar por ser buenos o malos. Lo más sencillo es tender a lo segundo, en tanto el contexto, o parte de él al menos, se ha construido con la intención de hacernos tropezar; pero la posibilidad de escoger «virtuosamente», de optar por el camino único, difícil, sigue ahí, esperándonos. Nuestra altura de miras determinará lo capaces que somos de ser esas personas virtuosas que tanto admiraba el filósofo griego.
Me quedé pensando en este fragmento: "Nuestra inherente capacidad para elegir la senda de la virtud se desvaneció en ese universo tecnológico y nos vimos abocados a una miríada de elecciones falsas." Yo no creo que la tecnología haya diluido nuestra capacidad de elección.
Gran artículo, como siempre. Nos recuerdas que la ética no caduca.
Siempre me gustó el acercamiento que hace Aristóteles sobre la virtud. Siempre he sido de los que considera que está en nuestra mano hacer lo correcto. Si me parece interesante, tomando de referencia el fragmento textual de Aristóteles, los debates que se pueden derivar de él. Para mi, uno muy claro es sobre el libre albedrío. Si realmente nuestras elecciones son libres, y así podemos elegir entre bien y mal. Quizás da para otro post ;)