Las emociones proceden del pensamiento. Alguien que quiera profundizar en sus emociones, necesariamente tendrá que analizar sus pensamientos. A veces la polarización llega a esferas absurdas, haciéndonos creer que emoción y razón son incompatibles, cuando son parte del mismo engranaje que somos nosotros.
Si bien entiendo tu planteamiento, discrepo un tanto sobre la aseveración. A mi juicio (y la neurociencia apunta en esa dirección), las emociones, o al menos algunas —o en un estado primigenio—, se relacionan más con el propio cuerpo, con respuestas bioquímicas ante determinados estímulos.
Por eso me parece importante (y un tema muy interesante) que seamos conscientes de esa diferencia: porque solo así podemos hacer frente a reacciones viscerales desde el raciocinio del pensamiento. Dejarse guiar por emociones que son respuestas básicas y primitivas a acontecimientos externos nos priva de la posibilidad de evaluar y ponderar las respuestas que demos.
Con todo, ciertamente coincido en que, a pesar de las diferencias, razón y emoción forman parte, como dices, del mismo engranaje, y como tales deben ser cuestionadas y analizadas.
Muchas gracias por aportar ese punto de vista al texto. Un saludo.
Cierto Emi, la bioquímica juega un papel importante en nuestro estado emocional, pero desde el análisis y control de nuestros pensamientos pueden regularse gran parte de nuestras reacciones emocionales, y con prácticas de control mental como la meditación, ayudamos a modificar la química cerebral que regula nuestro estado emocional. Con esto quiero decir que creo que emoción y razón deben colaborar necesariamente, pues una va a necesitar siempre de la otra. Gracias por tu escrito, y tu rápida respuesta. Siempre es enriquecedor leerte.
El humanismo cree que el intelecto humano es invaluable y que juntos podemos investigar y discernir las grandes preguntas de nuestra existencia. Pensar que los humanos sólo tenemos que "confiar en la intuición", "decretar" y pensar positivo para sentirnos repentinamente completos es una tontería conductista, materialista y nihilista, y yo creo (o espero) que ni siquiera las personas que la escriben la creen. Traigo a colación esto porque muchas veces esas "doctrinas" a las que apuntas se autodescriben como "humanistas". Buen artículo, Emi.
Gracias, Daniel. Estoy de acuerdo contigo en ese auge de la intuición como elemento determinante a la hora de afrontar los retos vitales. Creo que es una consecuencia de ese humanismo mal entendido que aqueja algunas otras cuestiones y que malinterpretamos —quizá a propósito—.
Hola, Emi. Qué importante este tema que pones sobre la mesa.
Mi opinión va muy en la línea de la del compañero Hugo Filippe: creo que es imprescindible el equilibrio en el uso de ambos hemisferios cerebrales (que se dice fácil). Cualquier desequilibrio comporta problemas potenciales, mayores cuanto mayor sea el desequilibrio.
Veo que el principal problema con esta forma de movernos por la vida, dejándonos guiar exclusivamente por lo que "sentimos" que debemos hacer, es que se basa en una confusión entre "sentimiento" e "intuición" o sabiduría interna real.
Las emociones son efímeras, volátiles, fácilmente condicionables por fuerzas externas y, a menudo, provienen de creencias, necesidades y anhelos inconscientes, relacionados con traumas de la infancia.
La intuición es algo muy distinto, y requiere un gran auto(des)conocimiento y bastante experiencia vital para desarrollarse, que incluye la parte de los aprendizajes tamizados por la razón. La intuición es una guía fiable, pero que cuesta mucho afinar.
Las emociones, en cambio, no pueden hacer de consejeras fiables. Tan solo hacen de mensajeras de nuestro propio mundo inconsciente, y así poder trabajar con él. Que no es poco.
Lo realmente complejo es cuando intuición y emoción vienen juntas y apuntan hacia lo mismo... pero ese ya es otro tema. 😅
Como ya he dicho en el comentario de Hugo, estoy muy de acuerdo en la necesidad de buscar un equilibrio en el uso que hacemos del tándem razón-emoción; lo que ocurre es que tengo la sensación (y reconozco que puede ser una impresión errónea o sesgada) de que en estos tiempos se privilegia la emoción con un objetivo más bien interesado.
Si bien hay que equilibrar, ceder algunas decisiones a nuestros sentimientos implica renunciar al análisis intelectivo que nos permite concantenar causas y efectos, huellas y consecuencias. Es en ese sentido en el que percibo cierto interés por eliminar la razón de ese tipo de situaciones para provocar reacciones viscerales, carentes de cualquier tipo de observación.
Me gustó tu reflexión Emi, aprovecho para abrir debate.
Coincido plenamente con la idea de que vivimos en una sociedad expuesta a una "hiperemocionalización" de la realidad (especialmente los más jóvenes). Podríamos decir "histerizada" en el sentido de que cada vez es más reactiva e intensificada emocionalmente. Lo vemos en cómo los sentimientos desbordados, guían respuestas y decisiones, tanto individuales como colectivas. Los medios, las redes sociales, el arte, los discursos públicos... se han cargado de emociones exacerbadas, donde lo impulsivo, efímero, reactivo, reemplazan la racionalidad.
En terapia, si viene un paciente sobrepasado por sus emociones, se le contiene, se le enseña a regular sus emociones: no se les intensifica más. Los procesos terapéuticos tienen un componente racionalizador, ayudando a la persona a comprender (simbolizar, poner en palabras) lo que está en el ámbito de lo emocional, aquello que no entiende ni controla. Creo que socialmente está faltando esa contención. El reino de las emociones, es el territorio del caos.
Sin embargo, me parece crucial reconocer que no solo vivimos en un desequilibrio emocional, sino que el exceso de racionalización también existe y produce sus propios síntomas (a nivel social e individual).
Por ejemplo, resulta en una dificultad en la capacidad de empatizar y comprender al otro, así como conectar con guías internas que nos permiten adaptarnos al entorno. La racionalidad por sí sola, sin el apoyo de la emoción, puede llevar a formas de disociación, a la alexitimia o los trastornos obsesivos, donde los sentimientos se suprimen o se estructuran en exceso.
Lamentablemente, culturalmente muchos son socializados para reprimir las emociones (los hombres hemos padecido más esto), limitando la capacidad de muchos para conectarse plenamente con ellos mismos, cuidar su bienestar mental, y establecer vínculos profundos con sus seres queridos.
A nivel social, manipular la razón es fácil cuando no se es consciente de las emociones. Un discurso bien elaborado puede servir para justificar emociones irracionales, como el odio. Las creencias pueden volverse delirantes, y resulta mucho más difícil convencer a alguien de un error objetivo si lo respalda racionalmente.
Resumiendo: necesitamos nivelar de los dos lados ⚖
Siempre tiene razón Aristóteles al apuntar al equilibrio —el justo medio— como estado ideal de las cosas, en particular de todo aquello que comprende la mente humana.
Dicho esto, no estoy seguro de que el exceso de racionalidad, que sí que existe —obviamente—, sea tan común como su contrario. Es cierto que, tradicional y culturalmente, en ciertos momentos de la historia y en diferentes medidas (estoy de acuerdo en que los hombres han estado más expuestos a ello) se ha «coartado» la facultad de equilibrar emocionalmente la visión racional, impidiendo así cierta posibilidad de empatía, muy necesaria en cualquier interrelación social y humana.
Lo que ocurre, pienso, es que en general (y especialmente en los últimos tiempos) se tiende a poner la emoción en un mismo plano intelectivo, aduciendo así las «ventajas» de sucumbir a nuestros sentimientos en situaciones que requieren de un esfuerzo racional para interpretarse
En ese sentido, veo un cierto peligro al permitir que sea el sentimiento el que detente el «poder» de guiar nuestro juicio, porque es algo que se azuza con la intención de provocar respuestas viscerales a estímulos dirigidos.
Muchas gracias, Hugo, por abrir un debate que me parece interesantísimo y que puede dar lugar a un intercambio fructífero de ideas. Un saludo,
Me atrevo a escribir y a dar mi opinión en este tema porque conozco a personas de cerca que se han dejado llevar casi siempre de sus emociones, de sus impulsos y creo que toda esa libertad que les ha proporcionado a esos sentimientos han ocultado la razón. Sus vidas se basan en emociones y han sufrido mucho porque se han visto con el mundo del revés.
A los quince o dieciséis años, en plena adolescencia, mi hermano me escribió una carta por mi cumpleaños y siempre recuerdo su frase: “Debes aprender a controlar tus impulsos y emociones y no ellos a ti”.
Me ha gustado leerte, Emi. Este tema me gusta mucho ☺️
Me alegro de que te haya gustado, Elisa. La verdad es que la distinción entre una cosa y la otra, así como su «gestión», es algo muy importante. Es por ese motivo por el que me ha suscitado curiosidad y me he propuesto plantearlo como tema de la semana, porque me parece que lo pasamos por alto y le restamos relevancia.
Vengo a abrir un debate. A mi modo de ver, parece que esta victoria de la emoción en los últimos tiempos beben de filosofías que ponían en el eje de todo un subjetivismo y un relativismo radical, como confrontación a las ideas de la modernidad imperantes tras la Ilustración. Quizás, al querer derruir la razón y la verdad como base del conocimiento por parte de grupos como la Escuela de Frankfurt o la Frech Theory, esto nos haya empujado a un ambiente de pensamiento en el que lo único que importe sean los sentimientos personales de cada uno, como si dichos sentimientos actuasen como fuente de conocimiento irrefutable. Si no existe lo real y la razón es instrumental, y todo se resume en metarrelatos y estructuras de poder, los hechos se podrán elegir en a la carta conforme lo que sienta el individuo. ¿Qué opinas al respecto?
Interesante cuestión, sobre la que te doy mi opinión lega.
En cierto sentido sí que estoy de acuerdo en que el auge de ciertas doctrinas subjetivistas, o muy centradas en el concepto de individuo como piedra de toque para teorías socioculturales, podrían habernos abocado a un ensalzamiento del «yo» como paradigma interpretativo. El estructuralismo sería un buen ejemplo de ello, ya que arrincona ciertos principios racionales clásicos en favor de una mirada basada en las percepciones individuales, personales, quizá como rechazo a posturas tradicionales ilustradas.
Dicho esto, creo que el éxito contemporáneo de este enfoque personalista o egotista viene muy marcado por el devenir cultural y económico (iba a decir capitalista, pero creo que sería mezclar conceptos que, tal vez, no tengan tanto que ver). Pienso que hay una tendencia a mercantilizar las emociones, porque para provocar reacciones viscerales siempre ha sido más provechos apelar a estas; de esta forma, se crea un mercado de consumo que gira alrededor de conceptos que, de otra forma, serían meros constructos epistemológicos, o simplemente objetos de reflexión, pero que así devienen mercancía de intercambio: libros, talleres, cursos, metodologías, gurús, coaches… En este sentido, lo que veo es una iniciativa más centrada en los aspectos mercantiles de la teoría que en su observación o disección.
No sé si he respondido a tu pregunta, pero espero haberme acercado, porque lo que planteas me parece interesante y da pie a un interesante debate. Gracias por haber planteado la cuestión, de verdad.
En terapia lo veo constantemente, personas que son esclavas de la emoción que sale al paso. Y lo peor de todo es que no se dan cuenta de ello, la muestra es que muy amenudo no saben "tactar" una emoción, una sensación o un pensamiento. Skinner hablaba del autocontrol como la forma de conocerse a uno mismo y ser más libre para poder elegir...pero el contexto actual (atender a la urgencia, lo nuevo es mejor, lo de ayer ya es prehistoria, todo fácil de digerir...) torpedea esta capacidad que deberíamos desarrollar para ser personas sanas y satisfechas con nuestra vida.
Seguro que en psicología la cosa es mucho más evidente, Mireia.
Mi preocupación (de ahí que le dediqué dos artículos al tema, y los que vendrán) es que parece que la emoción se promueve desde todos los ámbitos como una «solución» en sí misma, como si pensar, razonar, idear, argumentar o reflexionar no fueran caminos correctos, sino aburridos imperativos pasados de moda que hay que rechazar porque, oye, «siento» que debo hacerlo así.
Las emociones proceden del pensamiento. Alguien que quiera profundizar en sus emociones, necesariamente tendrá que analizar sus pensamientos. A veces la polarización llega a esferas absurdas, haciéndonos creer que emoción y razón son incompatibles, cuando son parte del mismo engranaje que somos nosotros.
Si bien entiendo tu planteamiento, discrepo un tanto sobre la aseveración. A mi juicio (y la neurociencia apunta en esa dirección), las emociones, o al menos algunas —o en un estado primigenio—, se relacionan más con el propio cuerpo, con respuestas bioquímicas ante determinados estímulos.
Por eso me parece importante (y un tema muy interesante) que seamos conscientes de esa diferencia: porque solo así podemos hacer frente a reacciones viscerales desde el raciocinio del pensamiento. Dejarse guiar por emociones que son respuestas básicas y primitivas a acontecimientos externos nos priva de la posibilidad de evaluar y ponderar las respuestas que demos.
Con todo, ciertamente coincido en que, a pesar de las diferencias, razón y emoción forman parte, como dices, del mismo engranaje, y como tales deben ser cuestionadas y analizadas.
Muchas gracias por aportar ese punto de vista al texto. Un saludo.
Cierto Emi, la bioquímica juega un papel importante en nuestro estado emocional, pero desde el análisis y control de nuestros pensamientos pueden regularse gran parte de nuestras reacciones emocionales, y con prácticas de control mental como la meditación, ayudamos a modificar la química cerebral que regula nuestro estado emocional. Con esto quiero decir que creo que emoción y razón deben colaborar necesariamente, pues una va a necesitar siempre de la otra. Gracias por tu escrito, y tu rápida respuesta. Siempre es enriquecedor leerte.
El humanismo cree que el intelecto humano es invaluable y que juntos podemos investigar y discernir las grandes preguntas de nuestra existencia. Pensar que los humanos sólo tenemos que "confiar en la intuición", "decretar" y pensar positivo para sentirnos repentinamente completos es una tontería conductista, materialista y nihilista, y yo creo (o espero) que ni siquiera las personas que la escriben la creen. Traigo a colación esto porque muchas veces esas "doctrinas" a las que apuntas se autodescriben como "humanistas". Buen artículo, Emi.
Gracias, Daniel. Estoy de acuerdo contigo en ese auge de la intuición como elemento determinante a la hora de afrontar los retos vitales. Creo que es una consecuencia de ese humanismo mal entendido que aqueja algunas otras cuestiones y que malinterpretamos —quizá a propósito—.
Hola, Emi. Qué importante este tema que pones sobre la mesa.
Mi opinión va muy en la línea de la del compañero Hugo Filippe: creo que es imprescindible el equilibrio en el uso de ambos hemisferios cerebrales (que se dice fácil). Cualquier desequilibrio comporta problemas potenciales, mayores cuanto mayor sea el desequilibrio.
Veo que el principal problema con esta forma de movernos por la vida, dejándonos guiar exclusivamente por lo que "sentimos" que debemos hacer, es que se basa en una confusión entre "sentimiento" e "intuición" o sabiduría interna real.
Las emociones son efímeras, volátiles, fácilmente condicionables por fuerzas externas y, a menudo, provienen de creencias, necesidades y anhelos inconscientes, relacionados con traumas de la infancia.
La intuición es algo muy distinto, y requiere un gran auto(des)conocimiento y bastante experiencia vital para desarrollarse, que incluye la parte de los aprendizajes tamizados por la razón. La intuición es una guía fiable, pero que cuesta mucho afinar.
Las emociones, en cambio, no pueden hacer de consejeras fiables. Tan solo hacen de mensajeras de nuestro propio mundo inconsciente, y así poder trabajar con él. Que no es poco.
Lo realmente complejo es cuando intuición y emoción vienen juntas y apuntan hacia lo mismo... pero ese ya es otro tema. 😅
Como ya he dicho en el comentario de Hugo, estoy muy de acuerdo en la necesidad de buscar un equilibrio en el uso que hacemos del tándem razón-emoción; lo que ocurre es que tengo la sensación (y reconozco que puede ser una impresión errónea o sesgada) de que en estos tiempos se privilegia la emoción con un objetivo más bien interesado.
Si bien hay que equilibrar, ceder algunas decisiones a nuestros sentimientos implica renunciar al análisis intelectivo que nos permite concantenar causas y efectos, huellas y consecuencias. Es en ese sentido en el que percibo cierto interés por eliminar la razón de ese tipo de situaciones para provocar reacciones viscerales, carentes de cualquier tipo de observación.
Me gustó tu reflexión Emi, aprovecho para abrir debate.
Coincido plenamente con la idea de que vivimos en una sociedad expuesta a una "hiperemocionalización" de la realidad (especialmente los más jóvenes). Podríamos decir "histerizada" en el sentido de que cada vez es más reactiva e intensificada emocionalmente. Lo vemos en cómo los sentimientos desbordados, guían respuestas y decisiones, tanto individuales como colectivas. Los medios, las redes sociales, el arte, los discursos públicos... se han cargado de emociones exacerbadas, donde lo impulsivo, efímero, reactivo, reemplazan la racionalidad.
En terapia, si viene un paciente sobrepasado por sus emociones, se le contiene, se le enseña a regular sus emociones: no se les intensifica más. Los procesos terapéuticos tienen un componente racionalizador, ayudando a la persona a comprender (simbolizar, poner en palabras) lo que está en el ámbito de lo emocional, aquello que no entiende ni controla. Creo que socialmente está faltando esa contención. El reino de las emociones, es el territorio del caos.
Sin embargo, me parece crucial reconocer que no solo vivimos en un desequilibrio emocional, sino que el exceso de racionalización también existe y produce sus propios síntomas (a nivel social e individual).
Por ejemplo, resulta en una dificultad en la capacidad de empatizar y comprender al otro, así como conectar con guías internas que nos permiten adaptarnos al entorno. La racionalidad por sí sola, sin el apoyo de la emoción, puede llevar a formas de disociación, a la alexitimia o los trastornos obsesivos, donde los sentimientos se suprimen o se estructuran en exceso.
Lamentablemente, culturalmente muchos son socializados para reprimir las emociones (los hombres hemos padecido más esto), limitando la capacidad de muchos para conectarse plenamente con ellos mismos, cuidar su bienestar mental, y establecer vínculos profundos con sus seres queridos.
A nivel social, manipular la razón es fácil cuando no se es consciente de las emociones. Un discurso bien elaborado puede servir para justificar emociones irracionales, como el odio. Las creencias pueden volverse delirantes, y resulta mucho más difícil convencer a alguien de un error objetivo si lo respalda racionalmente.
Resumiendo: necesitamos nivelar de los dos lados ⚖
El debate da para otro post, compañero 😅
Un abrazo
Siempre tiene razón Aristóteles al apuntar al equilibrio —el justo medio— como estado ideal de las cosas, en particular de todo aquello que comprende la mente humana.
Dicho esto, no estoy seguro de que el exceso de racionalidad, que sí que existe —obviamente—, sea tan común como su contrario. Es cierto que, tradicional y culturalmente, en ciertos momentos de la historia y en diferentes medidas (estoy de acuerdo en que los hombres han estado más expuestos a ello) se ha «coartado» la facultad de equilibrar emocionalmente la visión racional, impidiendo así cierta posibilidad de empatía, muy necesaria en cualquier interrelación social y humana.
Lo que ocurre, pienso, es que en general (y especialmente en los últimos tiempos) se tiende a poner la emoción en un mismo plano intelectivo, aduciendo así las «ventajas» de sucumbir a nuestros sentimientos en situaciones que requieren de un esfuerzo racional para interpretarse
En ese sentido, veo un cierto peligro al permitir que sea el sentimiento el que detente el «poder» de guiar nuestro juicio, porque es algo que se azuza con la intención de provocar respuestas viscerales a estímulos dirigidos.
Muchas gracias, Hugo, por abrir un debate que me parece interesantísimo y que puede dar lugar a un intercambio fructífero de ideas. Un saludo,
Me atrevo a escribir y a dar mi opinión en este tema porque conozco a personas de cerca que se han dejado llevar casi siempre de sus emociones, de sus impulsos y creo que toda esa libertad que les ha proporcionado a esos sentimientos han ocultado la razón. Sus vidas se basan en emociones y han sufrido mucho porque se han visto con el mundo del revés.
A los quince o dieciséis años, en plena adolescencia, mi hermano me escribió una carta por mi cumpleaños y siempre recuerdo su frase: “Debes aprender a controlar tus impulsos y emociones y no ellos a ti”.
Me ha gustado leerte, Emi. Este tema me gusta mucho ☺️
Un abrazo
Me alegro de que te haya gustado, Elisa. La verdad es que la distinción entre una cosa y la otra, así como su «gestión», es algo muy importante. Es por ese motivo por el que me ha suscitado curiosidad y me he propuesto plantearlo como tema de la semana, porque me parece que lo pasamos por alto y le restamos relevancia.
Totalmente de acuerdo.
Vengo a abrir un debate. A mi modo de ver, parece que esta victoria de la emoción en los últimos tiempos beben de filosofías que ponían en el eje de todo un subjetivismo y un relativismo radical, como confrontación a las ideas de la modernidad imperantes tras la Ilustración. Quizás, al querer derruir la razón y la verdad como base del conocimiento por parte de grupos como la Escuela de Frankfurt o la Frech Theory, esto nos haya empujado a un ambiente de pensamiento en el que lo único que importe sean los sentimientos personales de cada uno, como si dichos sentimientos actuasen como fuente de conocimiento irrefutable. Si no existe lo real y la razón es instrumental, y todo se resume en metarrelatos y estructuras de poder, los hechos se podrán elegir en a la carta conforme lo que sienta el individuo. ¿Qué opinas al respecto?
Interesante cuestión, sobre la que te doy mi opinión lega.
En cierto sentido sí que estoy de acuerdo en que el auge de ciertas doctrinas subjetivistas, o muy centradas en el concepto de individuo como piedra de toque para teorías socioculturales, podrían habernos abocado a un ensalzamiento del «yo» como paradigma interpretativo. El estructuralismo sería un buen ejemplo de ello, ya que arrincona ciertos principios racionales clásicos en favor de una mirada basada en las percepciones individuales, personales, quizá como rechazo a posturas tradicionales ilustradas.
Dicho esto, creo que el éxito contemporáneo de este enfoque personalista o egotista viene muy marcado por el devenir cultural y económico (iba a decir capitalista, pero creo que sería mezclar conceptos que, tal vez, no tengan tanto que ver). Pienso que hay una tendencia a mercantilizar las emociones, porque para provocar reacciones viscerales siempre ha sido más provechos apelar a estas; de esta forma, se crea un mercado de consumo que gira alrededor de conceptos que, de otra forma, serían meros constructos epistemológicos, o simplemente objetos de reflexión, pero que así devienen mercancía de intercambio: libros, talleres, cursos, metodologías, gurús, coaches… En este sentido, lo que veo es una iniciativa más centrada en los aspectos mercantiles de la teoría que en su observación o disección.
No sé si he respondido a tu pregunta, pero espero haberme acercado, porque lo que planteas me parece interesante y da pie a un interesante debate. Gracias por haber planteado la cuestión, de verdad.
En terapia lo veo constantemente, personas que son esclavas de la emoción que sale al paso. Y lo peor de todo es que no se dan cuenta de ello, la muestra es que muy amenudo no saben "tactar" una emoción, una sensación o un pensamiento. Skinner hablaba del autocontrol como la forma de conocerse a uno mismo y ser más libre para poder elegir...pero el contexto actual (atender a la urgencia, lo nuevo es mejor, lo de ayer ya es prehistoria, todo fácil de digerir...) torpedea esta capacidad que deberíamos desarrollar para ser personas sanas y satisfechas con nuestra vida.
Seguro que en psicología la cosa es mucho más evidente, Mireia.
Mi preocupación (de ahí que le dediqué dos artículos al tema, y los que vendrán) es que parece que la emoción se promueve desde todos los ámbitos como una «solución» en sí misma, como si pensar, razonar, idear, argumentar o reflexionar no fueran caminos correctos, sino aburridos imperativos pasados de moda que hay que rechazar porque, oye, «siento» que debo hacerlo así.