Creo que la clave está en asumir que no lograremos nunca domesticarlas e intentar aprender, sin embargo, a “surfearlas”. Nunca se hallará un fondo sólido en el que hacer pie, pero sí puede llegar a describirse una trayectoria razonablemente estable si somos capaces de amortiguar los vaivenes. Gracias por tus palabras.
De surfear hablaba Clara en otro comentario, creo. En todo caso, pienso que el foco habría que ponerlo en el trabajo continuo de consecución, no en el improbable resultado; es decir: el mero hecho de pensar sobre ello, de cuestionarnos lo que sentimos y por qué, constituye un avance hacia ese mítico «control» al que, probablemente, no es posible llegar.
Una invitación al reconocimiento de nuestra vulnerabilidad ante los afectos.
Una frase que me gusta de Deleuze:
“¿Quién es spinozista? A veces, ciertamente, el que trabaja «sobre» Spinoza, sobre los conceptos de Spinoza, siempre que lo haga sin escatimar el reconocimiento y la admiración. Pero también el que, sin ser filósofo, recibe de Spinoza un afecto, un conjunto de afectos, una determinación cinética, un impulso, el que hace de Spinoza un encuentro amoroso. El carácter único de Spinoza consiste en que él, el más filósofo de los filósofos (contrariamente al mismo Sócrates, quien sólo siente necesidad de la filosofía…), enseña al filósofo a prescindir de la filosofía.”
Excelente artículo. Desde que llegamos a este mundo somos presas de las emociones y al crecer comenzamos a pensar que las podemos dominar, es interesante las premisas extrañas que de pronto forja nuestra mente.
De pronto llegué a la conclusión de que las emociones son como una enorme piedra que baja por la ladera de una montaña, podemos pararnos ante ella y tratar de dominarla pero será solo para que termine aplastándonos. O podemos dejarla pasar y reflexionar sobre el mensaje que nos quería transmitir. O bien, en un ejercicio de consciencia, sabiendo que va a pasar con gran fuerza, brincar sobre ella y aprovechar al máximo esa fuerza para que nos impulse hacia donde queremos ir.
Una técnica, que desde que la conocí y la comencé a aplicar ha cambiado mi vida, es el mindfulness, que reconoce que no podemos controlar la emoción ni suprimirla y tratar de racionalizarla solo drena nuestra energía. Hay que reconocerla, vivirla y elegir cómo vamos a reaccionar ante ella. Al final como el paso de esa enorme piedra a gran velocidad terminará pasando y si elegimos reaccionar adecuadamente puede hasta fortalecernos.
Gracias por el aporte, Josue. Lo cierto es que creo que sí que existe la posibilidad de controlar las emociones, al menos hasta cierto punto; más bien, puntualizando, controlar el efecto que pueden llegar a tener sobre nosotros.
Como le decía a Clara en otro comentario, pienso que está en nuestra mano conocernos lo suficiente como para entender lo que está ocurriendo a nivel emocional y manejarlo lo mejor que podamos. Spinoza así lo pensaba, y en eso estoy con él.
Hola Emi! Has tocado un tema central en mi vida... 😌 Por mi forma de ser natural, junto por las secuelas de una infancia realmente difícil, el mundo de las emociones ha sido, en las últimas 2 décadas, mi especialidad forzosa.
Te diré que coincido plenamente en tu análisis sobre la ingobernabilidad de las emociones. Es más, también son ingobernables los pensamientos, al menos en su origen, pues la mayor parte de ellos brotan del subconsciente sin nosotros poder hacer nada por evitarlo. Otra cosa bien distinta es qué hacemos con ellos una vez que ya los tenemos "rondando" en la cabeza.
Por mi experiencia, creo que en ambos casos, tanto en las emociones como en los pensamientos, lo más parecido a una estabilidad-paz a la que podemos aspirar es a saber fluir con todo ello sin perdernos a nosotros mismos por el camino.
Es decir, saber que *ni esas emociones ni esos pensamientos somos nosotros*, sino que son estados transitorios (y en gran medida involuntarios) de nuestro aparato psico-físico. Del humano que habitamos.
Esta pequeña pero importante distancia entre "yo" y "mis emociones" o "yo" y "mis pensamientos" es crucial para poder sostener los vaivenes de ambos aspectos, que además están íntimamente relacionados entre sí, con cordura.
La forma más rápida (que no fácil) de fomentarla que conozco es la meditación. (Siempre ando haciendo apología de la meditación, pero es por varias buenas razones! 😊)
No suelo hacerme autobombo en los comentarios ajenos, pero tal vez te apetezca y te guste leer mi última carta, llamada "Surfear emociones", que casualmente trataba sobre cómo relacionarnos de la manera más sana y consciente con los vaivenes emocionales (sobre todo, con las emociones más "incómodas", que le digo yo). Si te animas a leerla, espero que te guste o aporte algo valioso.
Un abrazo Emi. 🙏 Gracias por poner sobre la mesa este tema tan importante (creo yo).
Muchas gracias, Clara, por una exposición tan detallada sobre tus impresiones (prometo leerme tu carta y te digo mi opinión).
Spinoza creía en la voluntad de cada uno de nosotros para controlar nuestras emociones. En un punto de su «Ética» dice: «Un afecto está, pues, tanto más en nuestra potestad y el alma padece tanto menos en virtud de él cuanto más conocido nos es». Parafraseando, si conocemos bien aquello que tiene alguna influencia sobre nosotros, podemos actuar sobre ello. En este sentido, las emociones son, de alguna manera, reacciones ante estímulos (complejos) que dan lugar a sentimientos (que serían emociones complejas, a su vez). Precisamente estoy preparando un texto sobre todo ello, así que dentro de tres o cuatro semanas volveré a sacar el tema.
El caso es que no se trata de considerar las emociones como ingobernables, sino más bien como fenómenos naturales contra los cuales podemos prepararnos, si bien sabiendo siempre que tienen una capacidad enorme para influir en lo que hacemos y pensamos. Caer en la tentación de cederles el control, pensado que son incontrolables, solo acabará por tener malas consecuencias personales.
Muchas gracias por darle una vuelta de tuerca al artículo y aportar tu punto de vista. Me alegra un montón que el texto te haya suscitado preguntas e ideas. Un saludo.
Muchas gracias Emi, por tomarte el tiempo de responder a mi comentario. 🙏
Releyéndome bajo tu prisma, me doy cuenta de que la palabra que usé, "ingobernables", (referida a las emociones) no hace justicia realmente a lo que quería decir. Me refería más bien a que las emociones son "inevitables" en su brotar. Que son, como tú bien dices, fenómenos naturales que nos atraviesan por distintas causas (a menudo complejas).
Y sí, estoy totalmente de acuerdo en que debemos aspirar a "gobernarlas" en el sentido de no vivir sometidos de forma pasiva a sus empujones, pues a menudo acabaríamos en problemas... Para mí, "gobernar" las emociones implica en primer lugar aceptarlas como algo natural y sano, después vivirlas con apertura y consciencia, y decidir finalmente en cada ocasión qué porcentaje de caso les hacemos. Pues hay ocasiones en que nos dirigen hacia acciones positivas y necesarias, y otras veces en que no tanto, que son simplemente ecos del pasado a superar o sanar. En cuyo caso también hay que atenderlas, pero no "obedecerlas".
Es un tema complejo. 😌
En fin, leeré con curiosidad tu texto sobre estos temas, cuando lo publiques.
Emi, he leído tu texto con gran interés y no puedo sino coincidir con la profunda reflexión que haces sobre nuestra condición humana, especialmente en lo que respecta a la «servidumbre» a la que nos someten nuestras emociones. Sin embargo, no puedo evitar pensar en un aspecto que, a mi parecer, subyace en todo lo que has descrito: la muerte.
La muerte, ese gran tema tabú en nuestra sociedad moderna, esa en la que nunca pensamos (o muy poco), paradójicamente, debería ser una presencia constante, ineludible, en cada uno de nuestros pensamientos y emociones. Vivimos, como bien dices, como pompas de jabón a merced de la brisa, conscientes, aunque no siempre de forma explícita, de que esa brisa no solo es la fortuna caprichosa, sino también el aliento implacable de la muerte, que nos espera a todos.
En un mundo donde buscamos ansiosamente la estabilidad (coincido contigo), tal vez el único recordatorio seguro que tenemos es que la muerte llegará. No sabemos cuándo, ni cómo, y es precisamente esa incertidumbre la que, creo, nos impulsa a buscar el ilusorio equilibrio que tan brillantemente describes. Nos aferramos a la vida, a las emociones, al orden que intentamos imponer en un cosmos caótico, quizás porque, en el fondo, todos tememos ese momento final en el que todo se detendrá.
Hablar de la muerte no es popular hoy en día; es incómodo, incluso angustiante. Pero es necesario tenerla presente, porque su certeza es lo que da sentido a nuestras dudas, a nuestras ansias de control, y a la fragilidad que compartimos. La muerte, en su inexorabilidad, nos iguala y nos recuerda lo efímero de nuestra existencia, y es precisamente esa conciencia la que puede darle un nuevo significado a nuestras luchas diarias con los afectos y a ese vaivén emocional que describes tan estupendamente.
Al igual que con la incertidumbre de nuestros sentimientos, tal vez deberíamos aprender a abrazar la certeza de la muerte, no como una sombra que nos acecha, sino como una realidad que nos puede liberar de esa lucha constante por un control que deseamos pero que nunca será completo. Creo firmemente que resignarnos a nuestra fragilidad no es solo un acto de aceptación de nuestras emociones, sino también un reconocimiento de que la vida, en su transitoriedad, es preciosa, precisamente porque es finita.
Te agradezco enormemente, Emi, el provocar estas reflexiones en mí y por compartir una visión tan rica y matizada de lo que significa ser humano.
Como siempre, Jaime, mil gracias por tomarte la molestia de leer atentamente el artículo y brindarnos una mirada nueva sobre él.
Coincido contigo en parte, aunque te presento mi objeción. Considero que es importante tener clara esa servidumbre a la que alude Spinoza, porque ser esclavos de nuestros sentimientos es inherente a nuestro ser, diría que inevitable, pero puede ser observado, mesurado y morigerado. No obstante, y si bien estoy de acuerdo en que la muerte, como parte de la vida que es (ay, paradojas…), debería estar presente en nuestra mente, creo que ese pensamiento puede tornarse destructivo, o al menos desalentador.
El memento mori es un elemento fundamental, no solo para disfrutar la vida, sino para ser consciente de ella: para pensarla, estudiarla, contemplarla, aprenderla… Sin embargo, como idea poderosa que es, puede subyugarnos y abocarnos a una cierta sensación de impotencia, cayendo en un nihilismo mal entendido. Ciertamente, la muerte nos sitúa en el mundo como elementos frágiles y caducos, pero esa evidencia no le resta verdad al hecho de que es la vida la que debemos aferrar con brío.
Por eso pienso que la servidumbre es un concepto mucho más optimista y esperanzador de lo que pudiera parecer a primera vista. No convertirnos en esclavos de las emociones no significa caer en la tentación de claudicar ante lo inevitable, sino de comprender la relatividad de nuestros esfuerzos y actuar en consecuencia.
Con todo y con eso, me ha gustado tu aproximación al texto, que no había visto en absoluto, y me alegra sobremanera saber que los artículos os provocan ideas y teorías que yo no había ni siquiera sospechado.
Releyendo mi comentario, quizá haya pecado de ser demasiado vehemente en mi exposición de la importancia que creo que le debemos dar a la muerte. Realmente estoy muy en la línea de lo que tú comentas, Emi, es cierto que también se han de equilibrar los pensamientos y sentimientos, de ahí la importancia que creo que tiene mi exposición. Me explico: a mí me gusta entender nuestra existencia pensando en un «todo», como en una moneda, donde la cara representa la vida y la cruz representa la muerte. En la cara pongo todo lo que tú comentas, nuestros sentimientos, esa servidumbre a la que apunta Spinoza, la incertidumbre, todo lo bonito y lo malo que tiene la vida; pero sin perder de vista a la cruz y lo que representa y significa: a esa certeza de que nuestra vida es finita y, que es importante tenerla presente como ese «todo» que comprende nuestra existencia como seres humanos.
Hago aquí el inciso de que, habiendo intentado puntualizar mi punto de vista, siempre parto de la base de que la moderación también es importante, muy importante, tan importante que yo veo a la moderación como una virtud imprescindible en el equilibrio de nuestras vidas.
Da gusto intercambiar opiniones e ideas con gente en esta red social, la verdad, porque siempre (tú eres el máximo exponente) hay información, argumentación y respeto. Un placer, Jaime.
Aceptar la fragilidad y el movimiento de absolutamente todo lo que conforma esta realidad, transitando los buenos y malos momentos ✨ Qué bello artículo Emi!
Muchas gracias, Isabel. Creo que son conceptos importantes para pensar sobre ellos, así que nunca está de más reflexionar sobre lo que significan para cada uno de nosotros.
Creo que la clave está en asumir que no lograremos nunca domesticarlas e intentar aprender, sin embargo, a “surfearlas”. Nunca se hallará un fondo sólido en el que hacer pie, pero sí puede llegar a describirse una trayectoria razonablemente estable si somos capaces de amortiguar los vaivenes. Gracias por tus palabras.
De surfear hablaba Clara en otro comentario, creo. En todo caso, pienso que el foco habría que ponerlo en el trabajo continuo de consecución, no en el improbable resultado; es decir: el mero hecho de pensar sobre ello, de cuestionarnos lo que sentimos y por qué, constituye un avance hacia ese mítico «control» al que, probablemente, no es posible llegar.
Un saludo, Javier.
Una invitación al reconocimiento de nuestra vulnerabilidad ante los afectos.
Una frase que me gusta de Deleuze:
“¿Quién es spinozista? A veces, ciertamente, el que trabaja «sobre» Spinoza, sobre los conceptos de Spinoza, siempre que lo haga sin escatimar el reconocimiento y la admiración. Pero también el que, sin ser filósofo, recibe de Spinoza un afecto, un conjunto de afectos, una determinación cinética, un impulso, el que hace de Spinoza un encuentro amoroso. El carácter único de Spinoza consiste en que él, el más filósofo de los filósofos (contrariamente al mismo Sócrates, quien sólo siente necesidad de la filosofía…), enseña al filósofo a prescindir de la filosofía.”
Excelente artículo. Desde que llegamos a este mundo somos presas de las emociones y al crecer comenzamos a pensar que las podemos dominar, es interesante las premisas extrañas que de pronto forja nuestra mente.
De pronto llegué a la conclusión de que las emociones son como una enorme piedra que baja por la ladera de una montaña, podemos pararnos ante ella y tratar de dominarla pero será solo para que termine aplastándonos. O podemos dejarla pasar y reflexionar sobre el mensaje que nos quería transmitir. O bien, en un ejercicio de consciencia, sabiendo que va a pasar con gran fuerza, brincar sobre ella y aprovechar al máximo esa fuerza para que nos impulse hacia donde queremos ir.
Una técnica, que desde que la conocí y la comencé a aplicar ha cambiado mi vida, es el mindfulness, que reconoce que no podemos controlar la emoción ni suprimirla y tratar de racionalizarla solo drena nuestra energía. Hay que reconocerla, vivirla y elegir cómo vamos a reaccionar ante ella. Al final como el paso de esa enorme piedra a gran velocidad terminará pasando y si elegimos reaccionar adecuadamente puede hasta fortalecernos.
Gracias por el aporte, Josue. Lo cierto es que creo que sí que existe la posibilidad de controlar las emociones, al menos hasta cierto punto; más bien, puntualizando, controlar el efecto que pueden llegar a tener sobre nosotros.
Como le decía a Clara en otro comentario, pienso que está en nuestra mano conocernos lo suficiente como para entender lo que está ocurriendo a nivel emocional y manejarlo lo mejor que podamos. Spinoza así lo pensaba, y en eso estoy con él.
Hola Emi! Has tocado un tema central en mi vida... 😌 Por mi forma de ser natural, junto por las secuelas de una infancia realmente difícil, el mundo de las emociones ha sido, en las últimas 2 décadas, mi especialidad forzosa.
Te diré que coincido plenamente en tu análisis sobre la ingobernabilidad de las emociones. Es más, también son ingobernables los pensamientos, al menos en su origen, pues la mayor parte de ellos brotan del subconsciente sin nosotros poder hacer nada por evitarlo. Otra cosa bien distinta es qué hacemos con ellos una vez que ya los tenemos "rondando" en la cabeza.
Por mi experiencia, creo que en ambos casos, tanto en las emociones como en los pensamientos, lo más parecido a una estabilidad-paz a la que podemos aspirar es a saber fluir con todo ello sin perdernos a nosotros mismos por el camino.
Es decir, saber que *ni esas emociones ni esos pensamientos somos nosotros*, sino que son estados transitorios (y en gran medida involuntarios) de nuestro aparato psico-físico. Del humano que habitamos.
Esta pequeña pero importante distancia entre "yo" y "mis emociones" o "yo" y "mis pensamientos" es crucial para poder sostener los vaivenes de ambos aspectos, que además están íntimamente relacionados entre sí, con cordura.
La forma más rápida (que no fácil) de fomentarla que conozco es la meditación. (Siempre ando haciendo apología de la meditación, pero es por varias buenas razones! 😊)
No suelo hacerme autobombo en los comentarios ajenos, pero tal vez te apetezca y te guste leer mi última carta, llamada "Surfear emociones", que casualmente trataba sobre cómo relacionarnos de la manera más sana y consciente con los vaivenes emocionales (sobre todo, con las emociones más "incómodas", que le digo yo). Si te animas a leerla, espero que te guste o aporte algo valioso.
Un abrazo Emi. 🙏 Gracias por poner sobre la mesa este tema tan importante (creo yo).
Muchas gracias, Clara, por una exposición tan detallada sobre tus impresiones (prometo leerme tu carta y te digo mi opinión).
Spinoza creía en la voluntad de cada uno de nosotros para controlar nuestras emociones. En un punto de su «Ética» dice: «Un afecto está, pues, tanto más en nuestra potestad y el alma padece tanto menos en virtud de él cuanto más conocido nos es». Parafraseando, si conocemos bien aquello que tiene alguna influencia sobre nosotros, podemos actuar sobre ello. En este sentido, las emociones son, de alguna manera, reacciones ante estímulos (complejos) que dan lugar a sentimientos (que serían emociones complejas, a su vez). Precisamente estoy preparando un texto sobre todo ello, así que dentro de tres o cuatro semanas volveré a sacar el tema.
El caso es que no se trata de considerar las emociones como ingobernables, sino más bien como fenómenos naturales contra los cuales podemos prepararnos, si bien sabiendo siempre que tienen una capacidad enorme para influir en lo que hacemos y pensamos. Caer en la tentación de cederles el control, pensado que son incontrolables, solo acabará por tener malas consecuencias personales.
Muchas gracias por darle una vuelta de tuerca al artículo y aportar tu punto de vista. Me alegra un montón que el texto te haya suscitado preguntas e ideas. Un saludo.
Muchas gracias Emi, por tomarte el tiempo de responder a mi comentario. 🙏
Releyéndome bajo tu prisma, me doy cuenta de que la palabra que usé, "ingobernables", (referida a las emociones) no hace justicia realmente a lo que quería decir. Me refería más bien a que las emociones son "inevitables" en su brotar. Que son, como tú bien dices, fenómenos naturales que nos atraviesan por distintas causas (a menudo complejas).
Y sí, estoy totalmente de acuerdo en que debemos aspirar a "gobernarlas" en el sentido de no vivir sometidos de forma pasiva a sus empujones, pues a menudo acabaríamos en problemas... Para mí, "gobernar" las emociones implica en primer lugar aceptarlas como algo natural y sano, después vivirlas con apertura y consciencia, y decidir finalmente en cada ocasión qué porcentaje de caso les hacemos. Pues hay ocasiones en que nos dirigen hacia acciones positivas y necesarias, y otras veces en que no tanto, que son simplemente ecos del pasado a superar o sanar. En cuyo caso también hay que atenderlas, pero no "obedecerlas".
Es un tema complejo. 😌
En fin, leeré con curiosidad tu texto sobre estos temas, cuando lo publiques.
Un abrazo.
Emi, he leído tu texto con gran interés y no puedo sino coincidir con la profunda reflexión que haces sobre nuestra condición humana, especialmente en lo que respecta a la «servidumbre» a la que nos someten nuestras emociones. Sin embargo, no puedo evitar pensar en un aspecto que, a mi parecer, subyace en todo lo que has descrito: la muerte.
La muerte, ese gran tema tabú en nuestra sociedad moderna, esa en la que nunca pensamos (o muy poco), paradójicamente, debería ser una presencia constante, ineludible, en cada uno de nuestros pensamientos y emociones. Vivimos, como bien dices, como pompas de jabón a merced de la brisa, conscientes, aunque no siempre de forma explícita, de que esa brisa no solo es la fortuna caprichosa, sino también el aliento implacable de la muerte, que nos espera a todos.
En un mundo donde buscamos ansiosamente la estabilidad (coincido contigo), tal vez el único recordatorio seguro que tenemos es que la muerte llegará. No sabemos cuándo, ni cómo, y es precisamente esa incertidumbre la que, creo, nos impulsa a buscar el ilusorio equilibrio que tan brillantemente describes. Nos aferramos a la vida, a las emociones, al orden que intentamos imponer en un cosmos caótico, quizás porque, en el fondo, todos tememos ese momento final en el que todo se detendrá.
Hablar de la muerte no es popular hoy en día; es incómodo, incluso angustiante. Pero es necesario tenerla presente, porque su certeza es lo que da sentido a nuestras dudas, a nuestras ansias de control, y a la fragilidad que compartimos. La muerte, en su inexorabilidad, nos iguala y nos recuerda lo efímero de nuestra existencia, y es precisamente esa conciencia la que puede darle un nuevo significado a nuestras luchas diarias con los afectos y a ese vaivén emocional que describes tan estupendamente.
Al igual que con la incertidumbre de nuestros sentimientos, tal vez deberíamos aprender a abrazar la certeza de la muerte, no como una sombra que nos acecha, sino como una realidad que nos puede liberar de esa lucha constante por un control que deseamos pero que nunca será completo. Creo firmemente que resignarnos a nuestra fragilidad no es solo un acto de aceptación de nuestras emociones, sino también un reconocimiento de que la vida, en su transitoriedad, es preciosa, precisamente porque es finita.
Te agradezco enormemente, Emi, el provocar estas reflexiones en mí y por compartir una visión tan rica y matizada de lo que significa ser humano.
Gracias por compartir tus reflexiones. ❤️
Como siempre, Jaime, mil gracias por tomarte la molestia de leer atentamente el artículo y brindarnos una mirada nueva sobre él.
Coincido contigo en parte, aunque te presento mi objeción. Considero que es importante tener clara esa servidumbre a la que alude Spinoza, porque ser esclavos de nuestros sentimientos es inherente a nuestro ser, diría que inevitable, pero puede ser observado, mesurado y morigerado. No obstante, y si bien estoy de acuerdo en que la muerte, como parte de la vida que es (ay, paradojas…), debería estar presente en nuestra mente, creo que ese pensamiento puede tornarse destructivo, o al menos desalentador.
El memento mori es un elemento fundamental, no solo para disfrutar la vida, sino para ser consciente de ella: para pensarla, estudiarla, contemplarla, aprenderla… Sin embargo, como idea poderosa que es, puede subyugarnos y abocarnos a una cierta sensación de impotencia, cayendo en un nihilismo mal entendido. Ciertamente, la muerte nos sitúa en el mundo como elementos frágiles y caducos, pero esa evidencia no le resta verdad al hecho de que es la vida la que debemos aferrar con brío.
Por eso pienso que la servidumbre es un concepto mucho más optimista y esperanzador de lo que pudiera parecer a primera vista. No convertirnos en esclavos de las emociones no significa caer en la tentación de claudicar ante lo inevitable, sino de comprender la relatividad de nuestros esfuerzos y actuar en consecuencia.
Con todo y con eso, me ha gustado tu aproximación al texto, que no había visto en absoluto, y me alegra sobremanera saber que los artículos os provocan ideas y teorías que yo no había ni siquiera sospechado.
Muchas gracias, Jaime. Un abrazo.
Releyendo mi comentario, quizá haya pecado de ser demasiado vehemente en mi exposición de la importancia que creo que le debemos dar a la muerte. Realmente estoy muy en la línea de lo que tú comentas, Emi, es cierto que también se han de equilibrar los pensamientos y sentimientos, de ahí la importancia que creo que tiene mi exposición. Me explico: a mí me gusta entender nuestra existencia pensando en un «todo», como en una moneda, donde la cara representa la vida y la cruz representa la muerte. En la cara pongo todo lo que tú comentas, nuestros sentimientos, esa servidumbre a la que apunta Spinoza, la incertidumbre, todo lo bonito y lo malo que tiene la vida; pero sin perder de vista a la cruz y lo que representa y significa: a esa certeza de que nuestra vida es finita y, que es importante tenerla presente como ese «todo» que comprende nuestra existencia como seres humanos.
Hago aquí el inciso de que, habiendo intentado puntualizar mi punto de vista, siempre parto de la base de que la moderación también es importante, muy importante, tan importante que yo veo a la moderación como una virtud imprescindible en el equilibrio de nuestras vidas.
Gracias, Emi, por tan estupenda conversación. ❤️
Da gusto intercambiar opiniones e ideas con gente en esta red social, la verdad, porque siempre (tú eres el máximo exponente) hay información, argumentación y respeto. Un placer, Jaime.
Aceptar la fragilidad y el movimiento de absolutamente todo lo que conforma esta realidad, transitando los buenos y malos momentos ✨ Qué bello artículo Emi!
Muchas gracias, Isabel. Creo que son conceptos importantes para pensar sobre ellos, así que nunca está de más reflexionar sobre lo que significan para cada uno de nosotros.